Pedro Fernández (65 años) fue uno de esos periodistas legendarios que nacieron para el oficio. Su trayectoria de más de 40 años atestigua de un periodista aguerrido y sin pelos en la lengua a la hora de contar verdades. Fue un gremialista, genio y figura de la “vieja guardia”, que llevaba estampadas la integridad y la rectitud; el traje y la corbata impecables.
Su presencia en la sala de redacción cortaba en el aire bromas, chanzas y risas por la seriedad con que tomaba la profesión y el respeto que inspiraba. Así lo recuerda Vladimir Paula, discípulo suyo, quien aprendió de él la audacia y agilidad para reportear: “Era impresionante ver a Pedro Fernández escribir… la pluma más ágil que tenía este pueblo”, dice.
El pueblo es San Francisco de Macorís, donde su gallardía le granjeó enemigos. Por denunciar el narcotráfico, el sicariato puso precio a su cabeza. Pero ni un atentado a tiros (al que sobrevivió de milagro), ni la intimidación, ni un derrame cerebral, pudieron impedirle hacer aquello que amaba y defendía con todas sus fuerzas: el periodismo.
El 11 de marzo, Pedro empezó con síntomas y molestias. Le recetaron medicamentos para la gripe. Casado con la también periodista Rosalina Martínez por 32 años, ella recuerda la última vez que lo vio el 20 de ese mes. Pedro iba musitando una oración —como hacía cada noche— sentado en una silla de ruedas rumbo a cuidados intensivos. La despedida fue un beso y la promesa de que su amor vencería cualquier virus, viniese de donde viniese.
Luego de un enorme viacrucis para conseguir las pruebas, tanto Rosalina como el hijo de ambos, Ricky, resultaron positivos al coronavirus.
Hoy, a casi tres meses de su partida, Rosalina, quien lucha contra un cáncer de mama en grado 3, aún no puede visitar la tumba de aquél que siempre sabía todo lo que ella “quería y todo lo que necesitaba”. Allí, en el Panteón de los Periodistas del Cementerio de Getsemaní descansan los restos del periodista que “nunca tuvo miedo”.